Cuando llegué a su casa, Leonor correteaba aún sin vestir de un lado a otro con la energía propia de una niña de cinco años. Y es que la infancia no entiende de grandes días, pero este lo era. Recibió el bautizo un caluroso día de junio en un pueblecito de la orilla sur del Tajo portugués, de manera sencilla pero sin que faltase ningún detalle y mimo a esta pequeña princesa que, como reza la frase al pie de su cama “todas las noches va a hasta la ventana y cuenta sus secretos al cielo, pues sabe que su pequeña estrella siempre le está escuchando”.